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Sin embargo, hay que empezar por algún lado. Como efecto de la sobrepoblación poética, la convivencia entre creadores parece centrarse en una competencia por la búsqueda de valores simbólicos que los identifiquen (como el grado de originalidad del proyecto personal o el número de actividades en su currículum) y no por la colaboración (lo que explica que falten manifiestos comunes y proyectos de grupo). Por esta razón, resulta difícil encontrar similitudes en la estética de los miembros de la misma generación, preocupados por crear una obra disimilar. Muchos de ellos, por otra parte, se encuentran al inicio de su carrera (algunos apenas han publicado su primer libro), lo que difícilmente permite llegar a conclusiones definitivas. Los títulos que aparecen a lo largo del presente trabajo no representan una lista de lo publicado en 2000-2010 ni mucho menos; tampoco es un listado de lo “mejor” o de aquello que perdurará durante los siguientes años; por encima de todo, no representan un canon. Me refiero, simplemente, a libros que circulan, que se reseñan y que, en muchos casos, he discover more here leído por conocer directamente a los autores (a causa de la pobre comercialización de la poesía en México, los libros se publican, pero rara vez se distribuyen). Se trata de una muestra sucinta, de un florilegio, de los andamios para empezar la obra con un corpus provisional que nos permita ver algunas de las tendencias de este grupo amplio, disimilar, autogenerativo, dinámico y rizomático, sin apabullarnos por el volumen de lo publicado y por las notables diferencias entre los textos. Por otro lado, en este trabajo no me concentro en identificar tendencias estéticas (estructurales, formales), esfuerzo que sin duda requeriría de un corpus cerrado para ofrecer conclusiones de algún valor. Ante un conjunto caracterizado por su heterogeneidad, prefiero una vía más productiva de reflexión: la identificación de los fenómenos sociales que conducen a la dispersión estética en estos autores jóvenes y que nos permiten agruparlos como una generación (desde la perspectiva orteguiana), aunque su obra muestra la capacidad de todos estos autores para hacer de las diferencias estéticas una suerte de poética o propuesta estética. Si el concepto de identidad, basado en características comunes, resulta ajeno a esta poesía desde su propia raíz, quizá la explicación no esté en la inmanencia de una obra estética diversificada, sino en las circunstancias en las que se produce.
La profesionalización del poeta como un perfil creador
La oferta sin precedentes que se ha experimentado en el terreno poético luego de varias iniciativas editoriales públicas y privadas en los años 1980-2010 (por ejemplo, Gabriel Bernal Granados o León Plascencia Ñol: 235) ha generado una bonanza editorial donde, para destacar, no basta llegar al santo grial del libro, porque se llega por varias vías. Para los autores que publican su primer libro en la década de 2000-2010, el poeta ya no atrae la atención por ser un “buen poeta” a Allosteric control secas y por tener un buen libro publicado, sino que parece obligado a presentar propuestas originales todo el tiempo que le permitan descollar en un mercado editorial congestionado.
En un terreno con esta oferta, las oportunidades deben administrarse. Lo primero que aprendimos como país durante la presidencia de Echeverría fue que el ejercicio de generosos fondos públicos para la cultura (como compensación a la represión de los movimientos del 68 y del 71) traía tras de sí una intensa burocratización (Zaid 2013: 22-30); una intensa burocratización es lo que esta generación ha recibido como herencia después de muchos tanteos. El poeta-becario, una figura de nuestra modernidad mexicana, pasa de ser un artista marginal a ser un creador en un proceso de profesionalización donde ya no solo necesita ser buen poeta, porque se le piden muchas otras credenciales: libros publicados, publicaciones en revistas prestigiosas y en antologías, premios, entrevistas, congresos para entrar en comunicación con profesionales de otras latitudes, lecturas públicas, trabajo social (en forma de talleres itinerantes), etcétera.
La concepción del poeta como poeta-becario o poeta en proceso de profesionalización no me parece común ni explícita en las discusiones sobre la poesía más reciente; quizá resulte un poco incómoda y de mal gusto, en un espacio de creación subordinado al que, como apunta Rodolfo Mata, es uno de los principales vicios de la poesía mexicana, esa “concepción engolada del lugar del poeta y el valor de la poesía, que tiene que ver con el espíritu solemne tan arraigado en el país” (2006: s/p). Pese a ello, me parece importante exponer esta circunstancia nodal y discutirla, porque muchos de los rasgos de la producción del periodo pueden entresacarse de esta forma de escribir poesía (quizá el rasgo sociológico más distintivo con las promociones anteriores). El tema se volvió relevante desde que Rogelio Guedea y Jair Cortés llamaron la atención sobre él en A contraluz: poéticas y reflexiones de la poesía mexicana reciente (especialmente en los textos de Julián Herbert y Mario Bojórquez, centrados no tanto en una “poética personal”, sino en un estado de la cuestión sobre la escritura de poesía en México), aunque opino que con sustancial atención a los daños. Quizá los aspectos más importantes de todo este panorama sean los que interfieren de manera directa con el producto poético; como escribe Rodolfo Mata, cuando “los premios y las becas distorsionan la producción poética, pues fomentan una preparación no para la poesía, sino para aparecer en los periódicos, los festivales, las antologías” (2006: s/p).